martes, junio 21, 2011

MISA CON LAS DIVINAS DEL HUERTO

La novedad corrió como reguero de pólvora, entre todos los cursos.
Todavía, los liceos privados, estaban divididos en varones para el Rosario y niñas para el Huerto.
Así que cada vez que las “divinas” del Huerto, nos visitaban en la Basílica, era todo un acontecimiento, que nos sacaba de las aburridas misas de entre casa.
Vendrían un viernes en la mañana.
Sabíamos que el operativo de seguridad que se montaría sería espectacular e involucraría a cada cura, monja y profesor disponible.
Desde hacía años, había prosperado la leyenda de que los del Rosario, éramos unos salvajes e inadaptados.
Terrible ofensa a los hijos de Don Bosco, que no éramos angelitos, pero tampoco una personificación del demonio.
Como siempre, el Consejo de disciplina, nos advirtió de las sanciones a aquellos que se pasaran de la raya con las “divinas”.
Ese día nos formaron por grupos en el patio del colegio y uno a uno fue ingresando a la basílica, por una pequeña puerta al costado de la sacristía.
Había que pasar en perfecta fila india, por un cordón de vigilantes con caras de traste.
Cuando los grupos del Rosario ya estaban ubicados en el ala norte, ingresaron las niñas y se ubicaron en el ala sur de la Basílica.
Inmaculadas, con sus uniformes azules y corbatas rojas, nos parecían unas diosas.
Las había rubias, morochas,castañas,pecosas,altas,bajas,flacas,gorditas.En fín, para todos los gustos.
Y comenzó la misa, entre tímidas miradas a las “divinas”, a las que no se les movía un pelo y a las que las monjas no les quitaban los ojos de encima.
Un perro vagabundo, respondió a los gestos de un compañero, que desde el banco de atrás, donde yo me encontraba, lo llamaba con el mayor disimulo posible.
El noble animal se acercó confiado y el compañero retribuyó la confianza con tiernas caricias.
Como respondiendo a un código no escrito, todo el grupo comenzó a acomodarse, para evitar que los guardianes se dieran cuenta.
El compañero logró ubicar el perro entre sus piernas, de tal forma que todo el cuerpo quedó bajo de ellas y sólo asomaba a la vista, la cabeza del can.
Algunos no soportaron la risa y casi echan a perder toda la operación.
Nos salvó la solemnidad de ese momento, en la ceremonia, que distrajo la atención de los curas-profesores-monjas.
Y entonces alguien comenzó a chistarles a las “divinas”, pero estas ni se inmutaban.
Comenzamos a llamarlas, casi susurrando, por nombres de pila que se nos ocurrían en ese momento.
Y por allá, algunas de ellas giraron la cabeza.
Entonces el compañero, tomó la cabeza del noble can y sabiendo que era lo único que ellas veían, la movió hacia arriba y hacia abajo como si en realidad se tratara de “aquello” que le salía de entre las piernas.
La reacción fue inmediata.
Una catarata de risitas nerviosas y rostros de tomate, comenzó a recorrer toda la fila de enfrente.
En la nuestra, ya era imposible soportar la tentación y fuimos varios los que nos agachábamos, simulando atarnos los cordones de los zapatos
Pero los guardias no eran bobos.
Inmediatamente comenzaron a caminar hacia nuestro grupo por lo que la voz de alarma recorrió cada fila a la velocidad de la luz.
El noble animalito no quería irse de donde tan amablemente lo habían tratado y hubo que aplicarle una patadita, con los interminables Incalcuer.
Justo cuando el cura hizo un silencio, se escucho y hasta con eco, el!guaghhh! del pobre animal, que había recibido tan injusto castigo.
Vinieron derechito donde estaba el compañero y algunos secuaces.
La fila donde yo me encontraba, fue examinada con lupa, pero salvamos la situación.
Vimos que se llevaban a tres.
Sabíamos lo que les esperaba por tan insignificante falta y elevamos por ellos, una sentida oración.

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