martes, junio 21, 2011

LAS CAMPANAS DEL ROSARIO



LAS CAMPANAS DEL ROSARIO



Formaron parte de mi vida durante muchos años.
Solía quedarme despierto en las noches, esperando escucharlas, contando cada gong, ¡me parecían tan solemnes!
En los días de tormenta, cuando el rayo hacia temblar la tierra y las luces de los relámpagos dibujaban figuras terroríficas, ellas me daban tranquilidad.
Con solo escucharlas, me calmaba.
Se que se mantuvieron inmutables, junto a sus torres, durante el bombardeo cobarde del invasor.
Las mismas que sirvieron de apoyo, para que, hasta último momento, flameara la bandera de la patria donde todos la pudieran ver.
Aún hoy, quien no se emociona al verla flamear, allá en lo alto.
Las campanas del Rosario, son generosas con los mortales, que allá abajo, vamos y venimos, no nos pierden de vista y nos marcan el tiempo.
Cuando tenemos algo para festejar, ellas, bochincheras, se despliegan al viento, que lleva su canto a casi toda la ciudad.
Que sanducero nos las escucho alguna vez.
Festejan fechas patrias, religiosas y momentos importantes para la ciudad.
Recuerdo cuando por primera vez, me dejaron tirar de esas cuerdas, que parecen que caen del cielo.
Fue un domingo, antes de la misa de las 10, esa a la que íbamos para encontrarnos con la chica que nos gustaba.
Sabíamos de memoria en que banco se sentaba.
Y nosotros, tímidos, nos quedábamos parados, después de todo, eso nos daba la ventaja de poder mirarla mejor, con otro ángulo.
Y la amábamos en silencio.
Llegue más temprano que de costumbre y me quede parado, en la puerta del campanario, esperando a Comín o algún cura, que sabía, llegaría a las 9.45, en punto, para llamar a Misa.
Y se me dio.
Me dieron una de las cuerdas y ¡a jalar!
¡Que sensación!
Al principio es frustrante, porque la campana tarda unos segundos en responder al tirón.
Pero luego que te acostumbras…!es un placer!
Sólo que dura poco.
Pero yo había cumplido un sueño, uno que venía madurando desde que subía, por la escalera caracol, donde el Cura Díaz tocaba el órgano, y yo, estaba en el coro.
Recuerdo que le pedía para accionar una llave, que estaba en un costado y que era la que habilitaba el pasaje de aire hacia los enormes fuelles, en las entrañas del monstruo.
¡Si monstruo!, porque para mi, aquello era un monstruo que tomaba vida y rugía por los cientos de tentáculos de color plata que tiene.
Cuando se accionaba esa llave, se sentía un zumbido como el de los aviones a reacción.-
Para mi era música.
Ese día estaba exultante y espere, como siempre, a que ella se levantara para ir a comulgar y haciéndome el distraído, salí derechito hacia donde ella esperaba para meterse en la cola.
Era lo más cerca que iba a estar de ella, así que había que aprovechar cada centímetro, aunque costara algún codazo de otro de los pretendientes.
La lucha era encarnizada, pero el trofeo valía la pena.
El cura nos miraba serio, cuando en la emoción del momento, nos olvidábamos de contestar “Amén”.
Domingo a domingo iba ganando confianza, hasta que me animé y la invite a tomar una “granadina”, en el Gran Hotel.
Y le conté mi hazaña con lujo de detalles.
Bueno, en realidad, más lujos que detalles.
Seguro que mis amigas, las campanas del Rosario, se sonrojaron de tanto “bolazo”, mientras nos veían cada vez más chiquitos, bajando por 18 de julio.

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